La vida de Galileo (Joseph Losey,1975), es una película con un guión adaptado a partir de una obra teatral de Bertolt Brecht, que descubre la figura de un personaje tan especial para la historia de la ciencia y de la humanidad como es Galileo.

A raíz de ver la película, estuve comentando con la familia en una sobremesa algunas curiosidades sobre el personaje. Por ejemplo, que siempre tuviera puesta la vista en el conocimiento y en el aprendizaje, más allá de las batallas efímeras de lo humano, como se puede ver en la anécdota de la autoría del primer telescopio. Y mientras comentaba esto, tuve una inquietante sensación: lo importante de la huella que dejó este observador de la naturaleza para que nos siga fascinando su legado, su mirada sobre la vida, su forma valiente y transformadora de entender el mundo tras tantos años transcurridos desde sus andanzas.

Lo más llamativo de Galileo es su incansable ansia de comprender más allá de lo establecido, más allá de las fronteras infranqueables de «cohesión social» que imponían las normas de la época para controlar el pensamiento a pesar de las evidencias.

Galileo cuenta que una vez, en Siena, observó cómo unos obreros discutían hasta evolucionar un método que llevaban utilizando muchos años para desarrollar determinado trabajo de construcción. Es entonces cuando se percata que el milenio de la fe había terminado y que se había inaugurado el milenio de la duda

Creo que todo gira en torno a esta clave. La duda. El valor y atrevimiento de dudar. No sólo por la vulnerabilidad que conlleva para la persona que duda de cualquier cosa y en cualquier época, sino por el coraje y el valor que implica rebelarse contra la ignorancia y buscar solución a esa duda, construir conocimiento a partir de esa búsqueda, innovando mediante la reflexión y la experimentación, a pesar de las resistencias de lo hegemónico.

Solo aquel que duda es capaz de evolucionar. El que no duda mantiene su estructura inmutable, sin poder plantearse ningún tipo de cambio ante una situación dada y creo que ese es el origen de la verdadera ciencia y del verdadero conocimiento de la especie humana.  De hecho, Galileo añade que, por mucho que algo esté escrito en un libro, para saber si algo es cierto o no, hay que «verlo por nosotros mismos». Una forma de entender el mundo que rompe con todos los esquemas de las realidades sagradas.

La duda siempre se ha castigado en determinados entornos en los que una élite controla el poder y somete cualquier atisbo «desestabilizador». La victoria de la duda es la victoria de la razón frente a la fe. La libertad de dudar es el motor de innovación en cualquier entorno, ya sea educativo, laboral, social, político o familiar. Fomentar la duda y permitir trabajar sobre ella permite espacios de libertad creativa que optimizan procesos y reconocen nuevas soluciones, nuevos problemas y, por supuesto, nuevas dudas.

En otro momento, Galileo comenta al tesorero de la Universidad que le va a resultar difícil seguir aprendiendo si tiene que estar todo el día enseñando para ganarse la vida. Ese detalle define claramente el espíritu de una persona que no se contenta con lo que ya sabe y con vivir acomodado de unas rentas que acallan la duda (y por supuesto la pasión). Para que una persona pueda seguir creciendo a lo largo de su vida (lifelong learning) necesita seguir alimentándose de conocimiento nuevo, creando nuevos escenarios de aprendizaje a partir de sus inquietudes. En realidad, Galileo, por encima de todo, buscaba satisfacer sus propias necesidades de conocimiento, calmar sus inquietudes.

¿Dónde está Dios según tus deducciones? Le preguntan a Galileo. Responde: «yo creo en el hombre, creo en la razón». Galileo creía tan firmemente en la duda y en la evidencia que estaba seguro de que sus pruebas le impedirían ser condenado como Bruno. Creía en el hombre. Su valentía le llevó a desafiar los miedos paralizantes de la época. Y eso creo que es lo que ha perdurado, esa semilla, ese camino que abre esta persona para vencer los temores y confiar en la razón.

¿A dónde nos lleva la verdad? Ese miedo que sentían los antiguos anclados al pasado. Miedo a no ser el centro del universo. Miedo a no ser la pieza clave de todo. Miedo a la ausencia de dios. Pero ese miedo no es exclusivo de aquella época. Hoy en día, estos antiguos miedos tienen otras caras pero siguen estando y paralizando, en muchos ámbitos, la evolución de las cosas.

Otro punto clave de la peli es cuando el sacerdote y físico confiesa a Galileo que, en el fondo, le da pena la gente (los sufrimientos y el desconsuelo de la soledad) si se les arrebata la idea de Dios. Galileo le responde que hay que tener coraje para enfrentarse al mundo y que sin ese despertar la humanidad no avanzará: «Cuando descubro algo debo contárselo a los demás, como un amante, como un borracho, como un traidor», dice Galileo. 

En resumen: el conocimiento no se concibe sin su comunicación porque la emoción de comprender solo se experimenta en su plenitud si es compartida.